miércoles, 16 de enero de 2013

Una tarde en el cine

UNA TARDE EN EL CINE


Llevo tiempo pensando en llevar a mi nieta al cine. Aún recuerdo cuando llevé a mis hijos pequeños por primera vez;  fue un desastre. Todavía me sonrojo al recordarlo. Fuimos a ver una película de Asterix y Obelix.  Entramos en la sala y ocupamos nuestras butacas, pertrechados con un cubo de palomitas y sus respectivos vasos de refrescos.  Todo era idílico, ellos contentos y mi esposa y yo bastante tranquilos. Pero esta sensación cambió radicalmente cuandose apagaron las luces y empezó la película; a mi hijo pequeño no le hizo ninguna gracia, le expliqué el motivo de la oscuridad y al empezar las imágenes se calmó, pues ya no estaba oscuro.  Empezó a mirar lo que visionaban por la pantalla  quedándose bastante quieto, cosa que nos tranquilizó, pero no duró mucho tiempo, pues el niño era y es bastante inquieto. Al empezar con los pertinentes anuncios de las películas venideras se aburría y no paraba quieto en el sillón, se ponía de pie, se tumbaba, ponía los pies para arriba, no paraba de hablar…y pasó lo inevitable, las personas de alrededor se quejaron, y así llegó la primera amonestación por parte del acomodador.
Tomamos medidas para que no volviera a suceder. Yo me puse con el torbellino y mi esposa con el mayor.  Empezó el film y parecía que la cosa había dado resultado, pero fue un vulgar espejismo, a la media hora ya no había quién lo aguantara. Le di de todo para que no hablara pero no sirvió de nada, y llegó el segundo aviso por parte del acomodador. Decidimos cambiar de sitio a los niños, al lado de su madre el pequeño y el mayor conmigo, a ver si así podíamos acabar de ver la película. Fue una misión imposible, pues el niño ya estaba harto de Astérix, Obélix, El Druida, y todos los romanos juntos.
Decidimos irnos, pero mi hijo mayor nos decía que no nos fuéramos que no se había acabado, entonces me fui yo con el pequeño a la calle, y así ellos podían acabar de ver la película con tranquilidad. Al salir agradecí la brisa de aire en mi cara,  pues parecía que había estado trabajando de sol a sol y el pequeño mirándome feliz.
Pero lo más gracioso de todo es que en la actualidad, el entonces pequeño, no recuerda la película, ni el momento que fuimos al cine, es más,  afirma que nunca le llevamos a ver a Astérix y Obélix. Cuando alguna vez sale la conversación,  queda todo como una anécdota graciosa.
Ahora repetiré con mi nieta esa experiencia y espero tener una tarde agradable, ya que la niña es bastante más tranquila que su tío, y los abuelos están más curtidos en estas labores. Espero que elija una bonita película y podamos disfrutar de una tarde de cine, con nuestra nieta
 
 El pequeño vaporista

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