Llevo tiempo pensando en llevar a mi
nieta al cine. Aún recuerdo cuando llevé a mis hijos pequeños por primera vez; fue un desastre. Todavía me sonrojo al
recordarlo. Fuimos a ver una película de Asterix y Obelix. Entramos en la sala y ocupamos nuestras butacas,
pertrechados con un cubo de palomitas y sus respectivos vasos de
refrescos. Todo era idílico, ellos
contentos y mi esposa y yo bastante tranquilos. Pero esta sensación cambió
radicalmente cuandose apagaron las luces y empezó la película; a mi hijo pequeño
no le hizo ninguna gracia, le expliqué el motivo de la oscuridad y al empezar
las imágenes se calmó, pues ya no estaba oscuro. Empezó a mirar lo que visionaban por la
pantalla quedándose bastante quieto,
cosa que nos tranquilizó, pero no duró mucho tiempo, pues el niño era y es
bastante inquieto. Al empezar con los pertinentes anuncios de las películas
venideras se aburría y no paraba quieto en el sillón, se ponía de pie, se tumbaba,
ponía los pies para arriba, no paraba de hablar…y pasó lo inevitable, las
personas de alrededor se quejaron, y así llegó la primera amonestación por
parte del acomodador.
Tomamos medidas para que no volviera
a suceder. Yo me puse con el torbellino y mi esposa con el mayor. Empezó el film y parecía que la cosa había dado
resultado, pero fue un vulgar espejismo, a la media hora ya no había quién lo
aguantara. Le di de todo para que no hablara pero no sirvió de nada, y llegó el
segundo aviso por parte del acomodador. Decidimos cambiar de sitio a los niños,
al lado de su madre el pequeño y el mayor conmigo, a ver si así podíamos acabar
de ver la película. Fue una misión imposible, pues el niño ya estaba harto de
Astérix, Obélix, El Druida, y todos los romanos juntos.
Decidimos irnos, pero mi hijo mayor
nos decía que no nos fuéramos que no se había acabado, entonces me fui yo con el
pequeño a la calle, y así ellos podían acabar de ver la película con
tranquilidad. Al salir agradecí la brisa de aire en mi cara, pues parecía que había estado trabajando de
sol a sol y el pequeño mirándome feliz.
Pero lo más gracioso de todo es que en
la actualidad, el entonces pequeño, no recuerda la película, ni el momento que
fuimos al cine, es más, afirma que nunca
le llevamos a ver a Astérix y Obélix. Cuando alguna vez sale la conversación, queda todo como una anécdota graciosa.
Ahora repetiré con mi nieta esa
experiencia y espero tener una tarde agradable, ya que la niña es bastante más
tranquila que su tío, y los abuelos están más curtidos en estas labores. Espero
que elija una bonita película y podamos disfrutar de una tarde de cine, con
nuestra nieta
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